Masculinidad
18.1.2022 Texto: Daniel Parada
Se define femicidio como: la muerte violenta de las mujeres por razones de género. Según el Ministerio del Interior, en los primeros 10 meses del año 2021, 21 mujeres fueron asesinadas por femicidio. El 90,5 % de los femicidios están causado por hombres vinculados con la víctima.
Pareja, expareja u otro vínculo afectivo. Uruguay tiene una mortalidad cada cien mil habitantes víctima de feminicidio cómo segundo después de República Dominicana, a nivel regional. En Uruguay, cada ocho días muere una mujer por femicidio.
Estos datos los aportamos a modo de ejemplo ilustrativo y para evitar simples comentarios como «también matan hombres» o «hay mujeres y mujeres», o cualquier tentativa de justificar este comportamiento masculino. Las cifras hablan solas por la gravedad de las mismas.
¿De qué son víctimas las mujeres? Sin dudas que del Estado patriarcal, es más peligrosa su casa que la calle, si hablamos de salud desde el punto de vista biosicosocial. Este Estado patriarcal, que funciona desde las cavernas, llega a hoy teniendo la misma mano ejecutora: el hombre. Muchas veces se ha dicho que el hombre es el lobo del hombre en la sociedad capitalista, pero, en el Estado patriarcal, es el lobo de la mujer.
Los hombres nos arrogamos muchos derechos en base a un concepto machista de los vínculos mujer-hombre y los justificamos: el derecho a decirle cualquier cosa en la calle a una mujer, de cualquier tenor, ese hecho es el que cuestiono, ya que no deberíamos decirlas; porque quién nos da la potestad de abordarlas impunemente, a nuestro antojo. Esa actitud es de por sí una agresión.
En ese machismo llegamos a justificar lo injustificable, de tal forma que si otro hombre se emborracha en una fiesta y le dice improperios a una mujer, lo excusan con: «Está borracho, no sabe lo que dice», cuando en realidad el alcohol juega un efecto liberador y dicen lo que realmente piensan. Nadie le dice: «Hacete responsable, andate para tu casa y no sigas agrediendo, pedile disculpas, no tomes más si no te manejás» y de esa forma avalamos un hecho de violencia de género, lo naturalizamos de tal forma que no vemos la gravedad de la violencia que lleva implícita la situación. Ese mismo hombre, en otra circunstancia, estando borracho, termina apuñalando a su pareja y volvemos a repetir «estaba borracho» y así seguimos justificando la masculinidad hegemónica.
Entonces, es claro que la sociedad patriarcal presiona tanto sobre hombres como sobre mujeres y los valores de masculinidad que construye son como identificación de género: el fumar, el tomar, la mujer-objeto, la posesión de la mujer, el acoso, abuso sexual y otras.
Hecha esta disquisición, los siguiente que aclararemos es que no voy a hacer ningún alegato defendiendo a los hombres, simplemente, a lo largo de esta columna, quiero mostrar la posibilidad de que los hombres reflexionemos sobre nuestros valores, acciones y comportamiento. Deberíamos tener espacios colectivos donde dialogar e intercambiar sobre estas cuestiones.
Soy un viejo militante de izquierda, porque comencé joven en esto de la militancia y porque soy viejo de edad. Nuestra principal preocupación en aquellos años fermentales era el hombre nuevo, la sociedad nueva, la revolución, el socialismo, el antiimperialismo. Nos criamos bajo la influencia del Che, de Fidel, la Cuba revolucionaria. Corea y Vietnam expulsando a los yanquis. Discutíamos el pensamiento de Mao, leíamos a Hackneker, a Marx, Lenin, Trotsky, Rosa de Luxemburgo y a Gramsci. Crecimos culturalmente con los Beatles, Antonio Machado, Paco Ibáñez, Serrat, Daniel Viglietti, Los Olimareños, Darnauchans y muchos otros. Pero sobre la situación social de la mujer, lo más lejos que avanzamos fue llamarlas compañeras. No más que eso. La gran diferencia entre la concepción del hombre de las cavernas y nosotros en cuanto al papel de la mujer era ese llamarlas compañeras, en la construcción del hombre nuevo no entro deconstruir el machismo y construir a nueva masculinidad, ni la visión de género. Ni pensábamos que junto a la sociedad capitalista debíamos terminar con el flagelo del patriarcado.
Parecía que ese término lo cambiaba todo, pero en los hechos todo estaba igual. El hombre proveedor, la mujer en el hogar. Si los dos pretendían militar, la mujer a la casa y el hombre a militar, los cargos de mayor jerarquía para los hombres y sí es verdad el llamado «techo de cristal» existe desde entonces.
Desde pequeños, fuimos criados con una orientación sexual definida, en toda familia existía un tío gordo y pelado, el cómico de la familia, que a veces llevaba el título de padrino, que te decía desde que estabas en la cuna: «A los 14 te llevo a un buen quilombo a debutar, porque eso que tenés ahí debes usarlo mucho». Te exigía la sociedad ser un buen padrillo; si no, eras un fracaso como hombre. Mientras tanto, a la mujer se le exigía que «la virginidad fuera una virtud para entregar después de la Iglesia». Aquella mujer que tuvo muchas parejas sexuales era una puta, porque el hombre era el que debía tener experiencia para enseñarle a su mujer. Entiéndase bien: su mujer.
En los ambientes sociales, desde niños, adolescentes y llegando a hombres, estos fenómenos se reproducían permanentemente. No solo se ve en el fondo a la mujer como un objeto de nuestra posesión, sino que, además, debe cumplir con ciertos cánones impulsados por la sociedad judeocristiana donde un Dios odiosamente culpabilizador imponía sus reglas a través de la iglesia o la sinagoga.
Se que muchos dirán «¡Uy, uy, uy! Pero eso fue hace doscientos años»; yo digo que no, no hace doscientos años; los que nacimos en el 54 fuimos influenciados por esa cultura y algunas generaciones de décadas más recientes y generaciones de antes del 54 también. Inclusive, según el estrato social al cual se pertenezca, su posibilidad de rever su actitud cambia y las influencias del medio social también. El peor insulto que le podías decir a alguien era maricón, mujercita o hijo de puta. En suma, homofóbico o misógino.
Todos estos antecedentes vuelvo a decir, no son una justificación, sino una forma de mostrar nuestro punto de partida, no para establecer qué avanzados estamos, cosa que no creo, sino para que se vea qué cerca está el punto de arranque y que el Paleolítico es muy cercano.
La deconstrucción de nuestra masculinidad y la construcción de la nueva necesitan la ayuda de todas las personas, pero somos nosotros los que debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad y la situación es de mucho riesgo para la mujer. Primero debemos asumirlo, entender que debemos cambiar y romper la sociedad patriarcal. Estoy convencido de que la sociedad machista es parte de la base del sustento ideológico del capitalismo, pero, sustituyendo el capitalismo solo, no rompemos la sociedad patriarcal y esta, si no la combatimos, pudrirá el nuevo modelo social.
No va a ser fácil entender que no es más rosado para niñas y azul para varones, que los varones pueden jugar con muñecas y las niñas con pelotas, que se acabaron los juegos por sexo, que los géneros son varios, realmente es pensar con una nueva cabeza.
Bienvenido el cambio, cuando este es para ser más tolerantes y comprensivos, para buscar la igualdad de género, para romper el techo de cristal. Este cambio no es sencillo y los hombres nos sentimos amenazados, supongo que de la misma forma que se sintieron agredidas las mujeres durante siglos, aunque la brutalidad que cometimos los hombres con las mujeres no tienen punto de comparación. Digo más, los hombres se sienten amenazados por pérdida del control sobre la mujer y la sociedad, la mujer fue salvajemente agredida por el hombre física y sicológicamente, fue tratada como origen del pecado, bruja, prostituta, etcétera, con castigos que iban desde el escarnio público hasta la tortura y la muerte.
Es lógico su sentir y su urgencia por reivindicar lo que es justo. Nos sentimos amenazados y aunque muchos de nosotros lo entendemos y lo intentamos, nos cuesta lograr la amplitud del cambio necesario en nuestras conciencias. Apostar a la cabeza de las nuevas generaciones de mujeres y hombres es la salida.
Nosotros, nuestras generaciones, debemos repensarnos y me refiero con esto a la construcción de una nueva masculinidad, al nuevo ser y al nuevo deber ser. Contribuir lo más posible a construir la equidad de género para lograr la igualdad.